La Navidad de 1914

Se termina el año, Navidad y Año Nuevo están al alcance de la mano, metafóricamente hablando, y después de mucho esfuerzo estoy logrando cerrar todos los frentes abiertos en los últimos meses. Por esto, teniendo en cuenta la fecha en la que estamos, con la Navidad tan cerca, y previendo que me voy a llamar al silencio durante unos días, quiero compartir un artículo relativo a las fiestas de fin de año. Si hablo de la Primera Guerra Mundial, la mayoría coincidirá conmigo que no se trata de un tema de paz y amor. Sin embargo en el fondo de aquella tremenda tragedia hay algunas historias que han sido parcialmente olvidadas y que hoy quiero recordar porque tienen que ver con la Navidad. En el libro "La pequeña paz en la Gran Guerra", de Michael Jürgs, se reconstruyen esos pocos días de paz durante la Primera Guerra Mundial, para la Nochebuena de 1914. No he podido hallar una versión en español de dicho libro, pero hay algunos fragmentos traducidos en un artículo del suplemento Radar de Página 12, del 21 de Diciembre de 2003. A continuación reproduzco algunos de los pasajes más relevantes de esta historia:
Al principio es uno solo el que canta “Noche de paz, noche de amor”. La melodía del nacimiento de Cristo suena baja: perdida, se mece en el paisaje muerto de Flandes. Pero luego el canto comienza a encenderse como una ola sobre el campo, y “rifle contra rifle, desde la línea larga y oscura de las trincheras suena el todo duerme en derredor”. De este lado del campo, a cien metros de distancia, las posiciones de los británicos permanecen en silencio. Los soldados alemanes están de buen humor, canción a canción se alza un concierto de “miles de gargantas de hombres a derecha e izquierda”, hasta que se quedan sin aliento. Cuando se apaga el último tono, los de allá esperan un minuto y empiezan a aplaudir y a gritar “Good, old Fritz”, o “More, more”. Los alabados Fritzes contestan con “Merry Christmas” y “We not shoot, you not shoot”. “Nosotros no disparar, ustedes no disparar”. Y lo dicen en serio. Ponen velas sobre la punta de sus bayonetas, que sobresalen casi un metro por encima de las trincheras, y las encienden. Parecía la iluminación de un teatro, le escribirá un soldado inglés a sus padres. Con el escenario así iluminado, acaba de realizarse el ensayo general de la obra que se desarrollará en la frontera oeste durante los días siguientes. Acá y allá y en todas partes, desde el mar del norte hasta la frontera suiza. [original supl. Radar]
Hay que recordar que la Primera Guerra Mundial se caracterizó por ser una guerra de trincheras, donde los ejércitos se desgastaban en prolongadas batallas estáticas, donde nada se movía durante meses. Aún faltaba para la irrupción de los tanques y la aviación, que marcaron la siguiente de las guerras mundiales.
La paz de los de abajo empezó algunos días antes con medidas pacifistas. Por ejemplo en Armentières, detrás de la frontera belga. Los alemanes de origen sajón, en lugar de tirar granadas de mano, tiraron tortas de chocolate. Adentro, había un papel escondido. Los alemanes preguntan si no es posible declarar una tregua para esa noche entre las 19.30 y las 20.30. Su capitán cumple años y quisieran dedicarle una serenata. Los ingleses accedieron. Es más: se pararon al lado de sus trincheras, escucharon la música y hasta aplaudieron. Para que nada saliera mal, después de una hora los alemanes dispararon un par de veces al aire para anunciar el fin de la fiesta. Esto muestra que se toleraban treguas espontáneas. Una guerra en la que los soldados están durante meses a la distancia de un grito los unos de los otros tiene sus propias leyes, y crea su propia cercanía. [original supl. Radar]
Recorte del The Washington Herald, Viernes 1 de Enero de 1915 [gentileza Library of the Congress].


El artillero de la brigada London Rifle piensa que los de allá se volvieron locos. Además de velas, los alemanes encendieron lámparas de petróleo iluminándose a sí mismos, algo que en circunstancias normales equivaldría a un suicidio. Un hombre de su propia compañía también parece haberse vuelto loco: “Uno de los dementes de nuestro regimiento salió de la trinchera y empezó a caminar hacia las líneas alemanas”. Ese loco se llama Turner y se encuentra con un alemán en el medio de esa extensión de tierra entre ambas líneas de trincheras que pasó a la Historia con el nombre de No Man’s Land (NML, Tierra de nadie). Turner es chicato. Pero esta noche no importa, la luna está lo suficientemente clara y alcanza para reconocer las sombras. ¿No tiene miedo de que le disparen? Puede ser. Nunca lo sabremos. En todo caso, se sabe que Turner sobrevivió a su excursión. Porque al día siguiente hizo historia: el Día de Navidad se llevó su cámara de bolsillo a la NML y fotografió a dos alemanes junto a dos de sus camaradas. [original supl. Radar]
Aquí se aprecia una de las citas a la conocida expresión "Tierra de Nadie", un lugar donde ninguno de los contendientes tenía el control y que hacía de divisor entre las fuerzas. La tregua de Navidad empieza a consolidarse cuando los hombres de ambos bandos se animan a cruzar esta tierra sin dueño y se acercan a sus (supuestos) enemigos.
El estudiante Rickmer en una grabación que guarda el Imperial War Museum de Londres: “Tomamos una champaña en la NML, fumamos y conversamos. Fue un momento de hermandad en el sentimiento compartido de que debíamos parar esta guerra de una vez por todas. Los generales se enteraron después e hicieron todo lo posible para que algo así no volviera a ocurrir jamás”.
Anota un inglés: “Estaba lleno de gente. Intercambiaron regalos de sus respectivos países. Hablamos alemán e inglés y nos entendíamos sin palabras. Nos señalábamos mutuamente dónde estaban colocadas las minas. No teníamos con nosotros ni un cuchillo”.
Recuerda Carl Mühlegg, a sus 80 años: “Los soldados treparon de sus trincheras y se encontraron en la NML, soldados que no se hicieron nada y que no eran enemigos personales, que tenían padres, mujeres e hijos en casa y que ahora, en el milagro de Navidad, en el mito del nacimiento de Cristo, se hacían regalos mutuamente e intercambiaban apretones de manos”.
El general brigadier Edward Graf Gleichen: “Salieron de sus trincheras y caminaron alrededor con paquetes de cigarrillos, deseándose feliz Navidad. ¿Qué debían hacer nuestros hombres? ¿Disparar? No se puede disparar contra hombres desarmados”.
[original supl. Radar]
Portada del Daily Mirror [fecha y fuente desconocidas].
Escribe el capitán mayor sajón Johannes Niemman: “Después de los cantos toda la guerra pareció hundirse en una suerte de paz burguesa, por todos lados se daban la mano... ¿Es que de pronto había estallado la paz? Enseguida estuve parado en el medio del tumulto. ¿Qué se podía hacer?”. Niemman no puede hacer nada. Entonces toma parte en el festejo.
Emil Curt Gumbrecht, de la quinta compañía del regimiento 104: “No suena un disparo en todo el día, y uno se pregunta si no es de esperar que pronto llegue la paz”.
“Fue un golpe, como si la guerra hubiera acabado de repente.”
“Los pájaros volvían de todas partes. Nunca vemos ninguno. A la tarde conté como cincuenta gorriones y les di de comer.”
[original supl. Radar]
La Navidad de 1914 estuvo marcada por estos sucesos, una serie de treguas espontáneas a un lado y otro de la Tierra de Nadie, con hombres que intercambiaban regalos y se prodigaban buenos deseos. Como bien decía uno de los testimonios, los generales poco podían hacer, no se podía disparar contra hombres desarmados, ni obligar a su propia gente a romper esa tregua que tanto valoraban.
El capellán sueco J. Esslemont Adams se acerca a las fosas alemanas y pide hablar con un oficial, al que le propone enterrar a los muertos. El otro acepta de inmediato y hasta le ofrece al escocés que dirija la ceremonia. Ellos no tienen ningún religioso, sólo un estudiante de teología. Adams pregunta si el estudiante conoce el Salmo 23, que es el que quiere recitar él. Por supuesto que lo conoce. Bueno, entonces tomamos ése. En nombre de Dios. Primero se separan las pilas de muertos por naciones, los ingleses para el lado de los ingleses, los alemanes para el de los alemanes. Después, sin fijarse en las naciones, se reparten palas entre los soldados para abrir las tumbas. Anota el voluntario Eduard Tölke: “De repente ocurrió algo único en la NML: nuestra gente ayudaba al enemigo a enterrar a sus muertos”. Luego, a la derecha los ingleses y a la izquierda los alemanes, los hombres se colocan al costado de la gran tumba, oficiales y soldados mezclados, se sacan sus gorros y recitan el rezo del capellán Adams, primero en inglés, después en alemán. El estudiante de teología traduce para sus camaradas. Rezan todos juntos el Padrenuestro, cada uno en su idioma, y después de un minuto de silencio intercambian apretujones de manos y vuelven a cubrirse la cabeza. [original supl. Radar]
Recorte del New York Tribune, Jueves 31 de Diciembre de 1914 [gentileza Library of the Congress].

Esta paz espontánea fue breve, demasiado para lo que vendría después. La primera Guerra Mundial, la primera de las guerras civiles europeas del siglo XX, se extendería tres años más y dejaría un tendal de muerte y daño, a la vez que sembraría el germen de la siguiente guerra, una que se extendería al resto del mundo. Sin embargo, en estos relatos, en estos lejanos testimonios que están por cumplir un siglo, se dejan traslucir algunas de las mejores facetas del ser humano. Ojo, no estoy siendo un poético iluso, es demasiado poco frente a lo que ocurrió antes y después. Pero veamoslo así: eran personas a un lado y otro de las trincheras, en las peores condiciones, matándose todos los días por decisión de unos cuantos lideres bien resguardados en sus castillos y palacios. Un día hacen un alto, alentados quizá por la fecha, y descubren que los que están del otro lado son iguales a ellos, también tienen miedo, también pelean una guerra que no quisieran, también quieren volver a casa. Tienen familias y afectos que dejaron atrás y que no saben si volverán a ver. Ese día se dan cuenta que quieren volver atrás, dejar todo y volver a casa.

Duró poco, demasiado poco, pero como gesto fue enorme. Por eso es que he evocado estos sucesos en el blog, porque me pareció una historia que debe ser recordada. A manera de anécdota, les cuento que en 1983 Paul McCartney grabó la canción “Pipes of Peace” (Pipas de la Paz), que se inspiró en esta tregua de Navidad.

Aprovecho la ocasión para desearles a todos una Muy Feliz Navidad, y un Próspero Año Nuevo.

Hasta siempre.

Nota del 23/12/2014: Recien acabo de encontrar una nota sobre un suceso que podríamos llamar como "una historia de Navidad", pero no en la Primera Guerra Mundial, sino en la Segunda. Les dejo un enlace a un archivo de audio para que puedan disfrutarla. Saludos.

Comentarios